miércoles, marzo 08, 2006

Estamos terminando

Se pudo pálida de repente. Una nube de humo, botada por los buses y microbuses, cubrió la escena con un aire melodramático. Cualquiera lo consideraría de mal gusto. Ambos llevaban sus casacas puestas, sus pesadas mochilas en la espalda. Era pleno invierno. Habían salido de la universidad rápido, sin rumbo fijo. Se perdieron por la avenida Brasil, todavía de la mano, por las calles de Jesús María. Tomaron un micro que los llevó hasta Magdalena del mar. Luego caminaron hasta llegar al Instituto Orson Welles. Era una tarde fría de julio. Ambos se miraron. Hablaron un poco. Concordaron en que lo bueno de ellos era que siempre se decían las cosas a la cara. Pero, qué cosas: la universidad es aburrida, los días se suceden los unos a los otros. Ésas son las cosas. Se quedaron callados. Miraron el mar. Él quiso darle un beso. Ella no. Pero accedió a abrazarlo. A abrazarlo mucho. Se quedaron así un rato, mirando un sol inexistente ocultarse, quedándose poco a poco a oscuras. Él le dijo cosas al oído. No le dijo que la quería, pero le dijo que la necesitaba, como al aire, como al agua. Cosas que se dicen cuando uno no tiene nada qué decir, o cuando ya lo has dicho todo. Ella le dijo: es de noche, vamos. De regreso a casa ya no se tomaron de la mano. Esta vez es en serio. Nada de volver. Nada de retroceder. Nada de besos. Se miran fríamente. La avenida luce congestionada. Una de las pistas está en construcción. Los obreros siguen trabajando con pesadas máquinas a pesar de que ya anocheció. Había un letrero de la Municipalidad que decía: “estamos terminando”, y más abajo: “disculpe la molestia”. Lo peor de todo es que el motivo real él nunca lo sabría con certeza. Podrían ser muchas cosas, o tal vez una sola. De cualquier forma, todos los caminos lo llevaban a un sólo lugar. Una ciudad extraña donde suena Screamin' Jay Hawkins, y todos son muertos vivientes que despiertan en tumbas carcomidas por los años. Un microbús pasó repleto de gente. El sonido de los autos y de las máquinas hacía muy ruidosa la escena. Parecía que todo temblada en un constante terremoto. Cuando pasó el bus, ella quedó pálida. Ambos se miraron con una melancolía parecida a la de años anteriores. Un amigo que justo pasaba por ahí, rompió el hielo diciéndoles: quisiera ser mujer…